miércoles, 6 de febrero de 2013

APRENDEMOS A REZAR (1)

Rezar es de hombres: nuestros soldados españoles en Afganistán.
Foto: Diario EL PAÍS

Lo mismo que un boxeador se hace entrenando, un cristiano se hace rezando. No hay ni un solo santo que haya llegado a ser santo sin rezar. No puede haber buen cristiano sin rezar.

Jesucristo enseñó a sus discípulos a orar. Por eso tenemos que saber el modo en que Dios quiere que recemos. ¿Dónde enseñó el Señor a orar a sus discípulos? En el Evangelio de Mateo podemos leerlo. Dice así Nuestro Señor Jesucristo:
"Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en pie en las sinagogas y en los ángulos de las plazas para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ores, entra en tu apostento y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará. Y orando, no seáis habladores, como los gentiles, que piensan ser escuchados por su mucho hablar. No os asemejéis, pues, a ellos, porque vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis. Así pues, habéis de orar..." (Mateo 6, 5-10)
Jesucristo, tras decir esto les enseñó el Padre Nuestro (la oración del cristiano; que para rezarla como es conveniente, explicaremos más adelante).
Hoy vamos a ver, aunque muy brevemente, lo que nos está diciendo aquí el Señor y, para entenderlo bien, necesitamos interpretar la Sagrada Escritura tal y como nos la interpreta el Magisterio de la Santa Madre Iglesia. La Iglesia es Madre y Maestra (por eso hablamos del "Magisterio de la Iglesia"). Si nosotros no tuviéramos la ayuda de los Padres de la Iglesia y de los Doctores y Doctoras de la Iglesia que nos ayudan a entender la Palabra de Dios, aquí cualquiera podría entender lo que se le antojara: podríamos entender -por ejemplo-que aquí el Señor estuviera diciendo que la oración solo es válida cuando se hace a puerta cerrada, en nuestro aposento, o sea: en nuestra habitación.
Pero eso no puede ser cierto: podemos rezar en cualquier parte. San Pablo nos recomienda rezar en todas partes, en todo momento. Y San Pablo no iba a decir lo contrario de lo que dijo Jesucristo. Sabemos que el mejor sitio para rezar está en el templo, frente al Sagrario, sabiendo que allí está el mismo Jesucristo Eucaristía. Y también podemos rezar andando. Y hubo una santa que decía que había que rezar durmiendo.

Rezar es una necesidad del ser humano. Es bueno rezar: para pedir a Dios, para darle gracias... A veces podemos rezar mirando con amor una estampa o una imagen de la Santísima Virgen María -que siempre nos conducirá a su Divino Hijo Jesucristo: mientras la miramos, podemos decirle una frase de amor y cariño -esas frases breves y cariñosas dirigidas a Dios, a la Virgen, a los Ángeles o a los Santos se llaman "jaculatorias" (aprenderemos algunas). Podemos rezar en cualquier sitio. Se equivocaría aquel que pensara que Jesús nos obliga a encerrarnos bajo llave para rezar. Por eso, para no equivocarnos, nosotros los católicos tenemos la guía que nunca falla: la de la autoridad de la Iglesia. Veamos lo que nos dice esta autoridad, cuyos consejos aceptamos y agradecemos, ya que nos evita tantas equivocaciones.
El Padre Juan Maldonado nos recuerda que "no manda Cristo que nos metamos inexorablemente en el apostento y cerremos la puerta, sino sólo que huyamos la vana honra de los hombres" (Comentario al Evangelio de San Mateo).
"Orar en el aposento" es "orar en el interior", en el interior de nosotros mismos: para comunicarnos con Dios, sin que queramos quedar bien delante de los otros, sin que nos creamos mejores por rezar cuando nos ven o, aunque no nos vean, creernos mejores por saber que los demás suponen que estamos rezando. Jesucristo nos quiere auténticos, y no hipócritas, esos que rezan para ser vistos. Por eso, es importante que para la oración nos aislemos, para estar con Dios y, aunque estemos rodeados de mucha gente, no pensemos en que los demás nos están viendo.
Uno puede aislarse en medio del bullicio, cuando se centra y concentra en dirigirse a Dios para adorarlo, alabarlo, orarle con el corazón, el pensamiento y la palabra.
Próximamente veremos el Padre Nuestro, para saber lo que rezamos y no rezarlo como si fuésemos un reproductor de CD: que suena pero que por sí no dice nada.

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